Èric Lluent / Reykjavík
Llegué a Islandia por primera vez el 26 de diciembre de 2008. Desde entonces he trabajado en la isla algunos veranos y hace un año y medio que decidí mudarme a Reykjavík. Siempre me he sentido acogido, más o menos como en casa, si bien también es cierto que un inmigrante en Islandia siempre va a ser un inmigrante. Islandia no es Barcelona, Madrid, París, Londres, Berlín o Nueva York. Por su aislamiento en el Atlántico Norte y por la poca influencia de los extranjeros a lo largo de su historia (algo que empezó a cambiar con la llegada del ejército estadounidense en 1941) es comprensible que Islandia no sea una sociedad cosmopolita de referencia. Algunas veces había oído historias de personas molestas con la presencia de negros o filipinos, pero por ser de tez blanca y lo suficientemente rubio como para pasar desapercibido, nunca me había encontrado en la situación de haber de aguantar la xenofobia de un sector de la población islandesa aparentemente reducido pero muy desagradable.
En los últimos meses, los problemas derivados del turismo han despertado la turismofobia, tendencia que, en lugar de analizar la raíz del problema e intentar encontrar una solución, se centra en el ataque constante al turista, como ejemplificación de todos los males. La última moda es grabar a turistas haciendo sus necesidades en algún campo y colgarlo en las redes sociales. A esta moda se ha sumado el principal medio de comunicación de la isla en inglés, The Reykjavík Grapevine. ¿A nadie se le ocurre que Islandia no ofrece información básica a los turistas sobre los servicios más cercanos en carretera? ¿A nadie se le pasa por la cabeza que en un país tan poco habitado, si no pones lavabos, la gente va a tener que encontrar alguna solución? No. El problema son los turistas, que son todos unos guarros. Esa es la opinión general. Ni una pizca de autocrítica.
Pues bien, en una de estas discusiones a raíz de la noticia del The Reykjavík Grapevine, un hombre llamado Helgi sale a la palestra con un argumento tan asqueroso y clasista que parece una broma. El problema, según el hombre, es que hay gente que viene aquí pagando vuelos lowcost y claro, esta gente, gente pobre, caga por todas partes. El problema no es el turismo. El problema, según Helgi, es la clase social de los turistas. Después de hacerle reflexionar sobre lo clasista de su comentario, el hombre se piensa que soy francés (¿será por mi apellido catalán?) y saca a pasear su odio hacia los franceses y hacia los del sur de Europa en general. “Está lleno de inmigrantes de Europa del Este haciendo cola para venir a trabajar”, me contesta cuando le digo que al final los trabajadores extranjeros se tendrán que ir por la subida de los alquileres. A Helgi se le empieza a calentar la boca y el teclado. Realiza una oda a la nación islandesa, que se hizo a sí misma y que jamás ha pedido ayuda a nadie (¡la amnesia sobre lo que pasó en 2008 es muy atrevida!) y, cuando le explico que sin el rescate del FMI en 2008 Islandia no habría podido salir de la crisis y que debería respetar un poco más a los pobres, puesto que Islandia era un país muy pobre durante muchos siglos (y a mucha honra), Helgi explota.
“¿Me vas a dar lecciones de historia islandesa, tú, jodido estúpido? [Pasada una hora retiró lo de ‘jodido estúpido’] He vivido aquí 60 años y conozco un poco. Pero no voy a debatir sobre historia islandesa con un comunista francés corto de miras”. Comunista francés. No pensé que mis apellidos dieran para tanta elucubración. Pero Helgi aún no se ha quedado a gusto. Aún queda la traca final: “Así que, por favor, vete de vuelta allí donde puedes cagar libremente en la calle, al puro estilo francés… No hay mucha demanda de franceses vagos por aquí….”. Y así, un tío que no me conoce de nada y sin venir a cuento de nada, me suelta que me vuelva a mi país, que por lo visto es Francia. Primera vez que me pasa desde 2008. No me quiero imaginar lo que hubiera dicho si supiera que soy del sur de los Pirineos, aunque, en otro comentario, Helgi opina que si la gente quiere cagar por todas partes (se ve que hay muchos turistas que realmente disfrutan con esta práctica) debería ir a Benidorm. Curiosamente, uno de los destinos favoritos de los islandeses.
En fin. Con esto no quiero decir nada sobre los islandeses. Hay clasistas, racistas y xenófobos en todas partes. En mi país también los hay y con el auge de políticos como Trump o Le Pen parece que en las redes sociales se han normalizado estos mensajes que simplemente fomentan el odio y la discordia entre vecinos de una misma ciudad. Soy de la opinión que de estas no se debe dejar pasar ni una. Su única victoria es nuestro silencio. Así que nada de callar, nada de normalizar, que la historia ya nos ha enseñado unas cuantas veces a lo que llevan este tipo de pensamientos basados en el odio y la ignorancia.
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