Èric Lluent / Reykjavík
A la espera de conocer el próximo informe del banco central sobre la estabilidad económica en Islandia que se publicará en octubre (el anterior se publicó en abril y en este artículo podéis consultar los riesgos que subrayaba el organismo público), en Reykjavík y en el resto de Islandia se tiene la sensación generalizada de que nos encontramos en la cresta de la ola del turismo, a la espera de que ola pierda fuerza. La burbuja de este sector está generando precios desorbitados durante un año que muchas empresas entienden como el último o penúltimo del boom turístico, es decir, el último con un incremento de visitantes anual de más de dos cifras. El año pasado llegaron a Islandia 1.767.726 turistas, un 40% más que en 2015, y la previsión del sector es llegar a los 2.500.000 en 2019. Es decir, el sector pretende que entre 2014 y 2019 la cifra de visitantes se multiplique por dos, como ya pasó entre 2011 y 2015. Íslandsbanki, en un informe publicado el pasado marzo, auguraba un incremento del 30% para 2017.
El optimismo desbordado de las previsiones y el fortalecimiento (a pesar de las constantes subidas y bajadas) de la corona islandesa han dado como resultado precios que resultan muy poco competitivos en un sector, el del turismo, que forma parte de un mercado internacional muy diverso. A raíz de un sencillo análisis de precios realizado por El Faro de Reykjavík, hemos obtenido algunas cifras que explican el boom que está viviendo Islandia y que deberían encender todas las alarmas del sector antes de que la situación sea, si ya no lo es, insostenible. Según este estudio, una noche en un piso Airbnb o una habitación doble en un hotel de dos estrellas en el centro de Reykjavík es más cara que una habitación doble en un hotel de cuatro estrellas en el centro de Nueva York. Los datos de esta investigación se han conseguido mediante el análisis de las ofertas de la plataforma de reservas internacional booking.com y de la plataforma Airbnb para la noche del 14 al 15 julio de 2017 (temporada alta tanto en Islandia como en el resto de destinos internacionales). Los precios de booking.com son variables, pero se ha tenido en cuenta no escoger la noche más cara o más barata de las que se ofertan durante este verano. Es decir, hay días de julio en el que los precios en Islandia son un poco más económicos y días, por ejemplo, en agosto, en los que los precios se disparan aún más.
Hoteles neoyorquinos como el Marriot Marquis, el Edison Times Square, el citizenM Times Square o el Knickerbocker, este último de 5 estrellas, ofrecen habitaciones mucho más económicas que las que se pueden encontrar para este verano en Reykjavík. La media de una habitación doble en un hotel de cuatro estrellas en Reykjavík para la noche analizada es de 376,77 euros. Un hotel de la misma calidad, si bien con más servicios y con un entorno más lujoso, en Nueva York para las mismas fechas cuesta de media 187,95 euros. Ni más ni menos que la mitad. En París, la cifra es de 194,79 euros; en Londres, de 228,12 euros; y en Oslo, de 131,70 euros. Los hoteles de tres estrellas de Reykjavík continúan siendo más caros que un cuatro estrellas en todas las ciudades citadas, llegando a una media de 301,44 euros. Los de dos estrellas, tienen una media de 203 euros, más caros que los de cuatro estrellas de Nueva York, París y Oslo.
Pero Reykjavík no es la región más cara de Islandia. Los precios en la costa sur suben aún más por las nubes este verano. Una habitación doble para la noche del 14 de julio en el sur de la isla en un hotel de tres estrellas cuesta a día de hoy una media 321,43 euros. Los de cuatro estrellas ofrecen precios medios de 466 euros. En el norte del país, las ofertas se moderan un poco, siendo el precio medio de un tres estrellas de 178 euros y los de cuatro, de 241 euros, superando, no obstante, los precios de destinos internacionales de primera línea como los anteriormente mencionados. A pesar de que en plataformas como booking.com hay una alta demanda de alojamiento para este verano, fuentes del sector informan de que una parte significativa de las reservas están hechas por touroperadores desde hace meses y que estas reservas pueden no responder a una demanda real. Habrá que esperar a finales de año para conocer los datos macroeconómicos del sector, pero lo que de momento es una realidad es que la competitividad de Islandia en el mercado turístico va a la baja desde hace meses.
Los precios de los hoteles con licencia no son los únicos que se han disparado. El fenómeno del Airbnb sigue minando el mercado de alquiler en la ciudad, especialmente en verano. Un piso o estudio en el centro de Reykjavík se oferta en esta plataforma por un precio medio la noche de 261 euros. Más que un 4 estrellas en Nueva York, Londres, París o Oslo. Estos datos esconden una realidad escandalosa: a un propietario le sale más a cuenta alquilar un piso en Airbnb durante los 90 días permitidos (hay una ley que regula el uso de Airbnb en estos términos, aunque el control público es muy laxo) que alquilarlo durante todo un año a un residente. Un apartamento pequeño en el distrito 101 de la capital islandesa se puede alquilar por un precio que ronda los 1.600 euros al mes (185.000/190.000 coronas islandesas). Al cabo de un año, el propietario de uno de estos apartamentos con un inquilino fijo ingresa 19.200 euros. Si alquila el mismo apartamento por el precio medio de 261 durante noventa días, el ingreso sube a 23.490 euros. Muchos propietarios alquilan más de 90 sus días o buscan formas alternativas a Airbnb de encontrar clientes para zafarse del control de la administración. Teniendo en cuenta esta realidad, no sorprende que, como informaba el pasado mayo Visir, el 44% del mercado de alquiler de Reykjavík esté enfocando a ofrecer servicios a turistas y no a ofrecer alquiler a residentes.
A la poca competitividad del sector turístico en Islandia se le suma otro factor que evidencia la burbuja, tanto turística como inmobiliaria: ya no sale a cuenta alquilar vivienda a trabajadores, estudiantes y familias residentes. Lo cual, como es obvio, tiene el poder de destruir cualquier sociedad del bienestar si no se interviene con urgencia.
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